En la periferia de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife surgen, en la primera mitad del siglo XX, los denominados “barrios de urbanización marginal”, situados en las escarpadas pendientes de las laderas del macizo de Anaga.
Estos asentamientos, se originan a partir de la división de fincas rústicas improductivas en pequeñas parcelas, localizadas generalmente en zonas de difícil acceso. Están en constante evolución y se desarrollan al margen de las normas y disposiciones que regulan cada metro cuadrado de la ciudad ordenada.
La trama urbana no es reconocible, formada por un laberinto de calles estrechas y escaleras interminables que dificultan los asuntos de la vida cotidiana. Las viviendas son precarias, autoconstruidas, en continuo crecimiento en altura, según las necesidades personales y condiciones socio económicas de sus moradores.
Desde la ciudad ordenada, estos asentamientos son ampliamente visibles. Se perciben como un mosaico heterogéneo formado por las fachadas de las construcciones, que se apiñan unas encima de otras en las laderas de Anaga.
Este proyecto es una aproximación a la ciudad de Santa Cruz, a los lugares que permanecen ocultos, a los que no se accede si uno no habita allí. Lugares que se encuentran en los márgenes, tanto físicos como sociales, pero que tuvieron una importancia destacada en el crecimiento de la ciudad, facilitando el acceso a una vivienda económica a la población inmigrante procedente del interior de la isla y del resto del Archipiélago.